Cuando se trabaja en espacios con valores patrimoniales, la nostalgia fácilmente puede convertirse en nuestro peor enemigo. Un exceso de topofilia, de pasión por el lugar, nos puede hacer pensar que éste acumula bondades que fueron apreciadas en el pasado pero  han sido olvidadas en el presente.

Y con ello, el lugar llega a tener más fuerza que sus habitantes actuales, que sin duda tendrán sus defectos y sus fallos en la interpretación de su entorno, pero que son, irremediablemente, los protagonistas.

Pero nosotros, a menudo sentimos una atracción excesiva por  los paisajes, los ambientes y las formas de vida del pasado, y con ellos recibimos una información errónea, que conduce a diagnósticos erróneos y fatalmente, a diseñar un planeamiento ineficiente. No es nada nuevo, ya nos lo explico Jorge Manrique:

 “cómo, a nuestro parecer,    
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
 
  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,                          
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
 
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar            
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.”

Sentimos nostalgia de haber perdido algo valioso,  pero en realidad lo consideramos valioso porque no lo hemos conocido y solo nos llega su parte positiva, una visión deformada.

Es la percepción errónea de que en el pasado se dieron unas relaciones armónicas entre los elementos que conformaban aquellos paisajes.  Una armonía que, de existir, tal vez  no duró mucho. Pero eso no le importa a nuestra nostalgia, que se limita a parar el tiempo en el instante que considera oportuno a sus fines. Y mejor si alguien dejó información de ése momento, como es el caso.

recuerdos-de-villalegreCasaMaribona

En la imagen superior, la fachada principal de la mansión de la familia Maribona en Villalegre (Avilés, Asturias) un día de verano de principios del siglo XX . En color, la misma fachada vista hace unos días. A pesar de los intentos, los propietarios no encuentran recursos como para restaurar tan singular edificio, también conocido como la “casa del puente” por su relevante estructura de hierro fundido.

¿Qué puede pensar un “planner” cualquiera ante ésta imagen? Es muy sugerente, qué duda cabe, pero… ¿sirve sólo para alimentar la nostalgia o puede resultar útil para el  planeamiento contemporáneo?

No mucho si la nostalgia desenfoca nuestro análisis territorial y hace que veamos las cosas bajo un cierto manto, orientando los resultados, lo cual no es necesariamente negativo, sino que sencillamente, hemos de ser conscientes de que es así. La nostalgia influye en el análisis territorial, dando valor a determinados elementos en detrimento de otros.

Pero sobre todo, influye en nuestro ánimo. Si pensamos que el pasado en realidad fue mejor, ¿con qué ánimo plantearemos el futuro? Es un mecanismo que vemos actuar cuando en cada congreso y en cada revista sobre Patrimonio muchas comunicaciones se limitan a la narración histórica, a exponer los hechos bajo cierta visión, casi nunca a plantearse el papel del patrimonio en los espacios futuros.

Estamos tan acostumbrados a dar forma a la historia según nuestra conveniencia, que luego nos extrañamos cuando nuestros análisis, basado en realidades nostálgicas imaginadas, detectan problemas que no son los principales, o que ni siquiera existen ya, a los que pretendemos dar solución.