No es muy corriente que un aeropuerto sea considerado un espacio patrimonial. Y aunque lo fuera, el hecho de que normalmente ocupe una gran extensión en las proximidades de una ciudad, haría difícil mantener su carácter patrimonial, a no ser que fuera dándole un uso rentable. Este es sin embargo el caso del aeropuerto de Tempelhof, en Berlín.

Inaugurado en 1923 al sur de la ciudad, quedó dentro del Berlín Occidental en 1945. Su popularidad o incluso, su principal valor histórico, le viene dado porque en 1948-49 sirvió de término al importante puente aéreo que los Aliados mantuvieron para proveeer de artículos de primera necesidad a la población de Berlín Occidental durante el bloqueo que le impuso por tierra el gobierno comunista.

En estos días se ha celebrado un referendum, “no vinculante”, para intentar perpetuar el aeropuerto que, ahora mismo, como aeropuerto regional, sufre importantes pérdidas económicas. FInalmente, sólo el 21% de los berlineses ha votado a favor de mantenerlo como aeropuerto. Se requería un mínimo del 25% para “escuchar” la propuesta. Es fantástico que se pregunte a la gente por cuestiones patrimoniales, ya que en el fondo, patrimonio no tiene otro valor que aquel que le demos los que nos relacionamos con él. Es una lástima, por contra, que se pierda tan singular espacio, que marcó la historia de la ciudad que quiso ser la más moderna en los años 20, la más poderosa en los 30, y que fue una de las que más sufrió en los 40.

Sus instalaciones, grandiosas y de cuidado diseño son viva expresión del mundo moderno y feliz en el creían las vanguardias de la modernidad. Su proximidad al centro se explica en parte por el menor tamaño de los aviones en los años 20, pero en cualquiera caso nos parece hoy sorprendente e ingenua. Sus creadores creían en los cambios que la aviación iba a generar, en la futura facilidad de la interfaz aire-tierra, en los nuevos conceptos para el diseño urbano que de ella se desprendían. Aunque la historia del propio aeropuerto parezca haberles quitado la razón, nos quedan documentos abundantes para la reflexión. Sin ir más lejos, el plano de instalaciones de hacia 1949, que muestra una sorprendente imbricacición de diveros usos en un espacio reducido, como requería el caso para una ciudad aislada y próxima a verse de nuevo cerrada por una “muralla”. Destacan tanto los cementerios como la proximidad del ferrocarril y,  sobre todo, de los edificios a las pistas

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